En una nota escrita para la Revista Noticias, Pilar Lucena, arquitecta especializada en Diseño y Cálculo Estructural, nos invita a hacer una reflexión profunda acerca de la extenuante carga académica de la carrera y las repercusiones que esto puede generar en la salud mental.
Arquitecta Pilar Lucena, fundadora de FORMA [espacio de arquitectura]
El pasado 10 de octubre se conmemoró a nivel internacional el Día Mundial de la Salud Mental; en este sentido, y trabajando hace más de diez años dentro del ámbito académico, considero que es muy importante hacer una reflexión profunda acerca de la extenuante carga académica de la carrera y las repercusiones que esto puede generar en la salud mental de los estudiantes que la transitan.
Todos los que alguna vez la elegimos, sabemos que la arquitectura como carrera tiene una reputación de enorme exigencia y largas horas dedicadas a la elaboración de proyectos. Esto se evidencia no solo en la cantidad de materias (mayoritariamente anuales) que componen cada ciclo académico, sino también en el exceso de horas indirectas necesarias para la elaboración de maquetas, planos, renders, etc. Esta sobrecarga horaria, sostenida a través de varios años, puede provocar numerosas consecuencias como estrés, pérdida de peso y de autoestima, irritabilidad, depresión, crisis nerviosas, taquicardias, dependencia de estimulantes, falta de concentración, entre otros.
Lo más peligroso entre alumnos y profesores de la carrera, es que no solo se naturaliza sino que se estimula el trasnochar y resignar horas de descanso, teóricamente en pos de la calidad de los proyectos presentados. Este tipo de romantización de la carrera resulta, a mi entender, peligrosa, ya que fácilmente puede justificar y esconder falencias del plan de estudio vigente, de la capacitación docente y de los servicios de acompañamiento psicológico.
En este contexto, es importante entender que el aprendizaje, la creatividad y la búsqueda de la excelencia son actividades que pueden y deben estar motivadas por la vocación, y desarrollarse dentro de un contexto de bienestar psicofísico. Todos estamos de acuerdo en que estudiar una carrera universitaria implica perseverancia, dedicación y mucho trabajo. Pero no un sacrificio. ¿Sacrificar qué? ¿la salud mental? No, definitivamente estamos ante un nuevo perfil de estudiantes; las futuras generaciones no estarán dispuestas a pagar costos tan altos.
Entiendo que la solución no pasa por la resignación de la excelencia académica, sino por un diálogo más fluido, horizontal y empático dentro de la facultad, y para eso es necesario que los planes de estudio se expongan y decidan entre funcionarios, profesores, estudiantes y egresados. A su vez, debatir acerca de qué habilidades blandas necesitarán desarrollar los futuros arquitectos para insertarse en un mercado laboral incierto y cambiante resulta fundamental para entender qué tipo de profesionales necesita nuestra carrera en el futuro.
Te invito a leer la nota, en el espacio digital de la Revista Noticias:
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